Mazel Tov

Memoria musical de mi México ´86
Por:
Uriel Waizel.

Era la víspera de mi Bar Mitzvah y el Rabino Lehrer me grababa cada semana un casete para repetir y memorizar los rezos, con el fin de cantarlos en la ceremonia casi como karaoke, sin necesidad de aprender hebreo. Sin embargo, ante la omnipresente magnitud de los ídolos del juego de pelota, que vestidos con taparrabos y casacas aparecían – en los posters oficiales – echándose chilenas místicas en ruinas aztecas, el judaísmo jugaba las del equipo chico.

Otros fueron los mantras que aprendí durante el verano del ´86: las épicas narraciones de Juan Dosal y Gerardo Peña – entonces estelares de Televisa – que ensalzaban situaciones que hoy son historia, como el Gol (con G mayúscula) de Negrete o los cuatro de Butragueño ante Dinamarca. El sangriento pregón del pueblo, quienes crucificaban a Hugo, después de fallar desde los nueve pasos. ¿Cómo se vería en pentagrama la notatura del “Que si, que no, que Hugo la ca-gó”? ¿Quién ideó entonces la pieza estándar de celebración en cinco notas para tocarse en claxon, después de todo triunfo deportivo (y ahora político)?

Al terminar los partidos, difícilmente ponía play al casete litúrgico. ¿Por qué hacerlo? Si había más fervor al sacar unas mini-porterías a la calle - una cerrada en Echegaray,- y sin interrupción de carros, jugar “gol-para” con mi hermano Yosi y mi amigo Armando, personificando con nuestras propias epopeyas narrativas a Platini, Zico, Lineker, Rummenigge o Zbignew Boniek, a quien escogía mi hermano, debido al linaje polaco en la familia. Cuando llovía, hacíamos la misma recreación idólatra con un juego de fútbol en la ahora primitiva Commodore ´64.

En mi memoria, comparten bytes el “Sh´ma Israel” con la canción “Mexiko, mi amor” que fusionaba el mariachi con los cánticos de taberna bávara, interpretada por la selección alemana. Imposible borrar el tema del Pique y aquella otra canción con un sonsonete coral-televiso de “…bienvenidos, México recibe a sus amigos…”. Eran aún tiempos buenos para los jingles con que ingresaban en el subconsciente consumista gracias al oportunismo, “La Ola de Coca-Cola”, la exhuberancia tropical de Mar Castro y la capitalización del “Chiquitibúm” – para la cerveza Carta Blanca (concepto revampirizado ahora por las insulsas Chic-Pack). De todas las campañas, recuerdo con cariño una de Kodak, donde revisaban con una cantata pseudo-operística los colores del arcoiris.

Sabe-dios qué marcó el arbitro cuando el “Abuelo” Cruz, con una desperada media vuelta, logró empujar el balón hacia la red de Schumacher, pero las deidades del juego de pelota decidieron que nuestro país debía pasar más años en el Mitlán del subdesarrollo futbolístico. Allá en el cielo, sí le echaron una manita al 10 argentino. Y muy cerca del lugar de los milagros, en el Hospital de Cardiología, las manos e instrumentos del Dr. Marcushamer, le hacían un bypass coronario al corazón de mi papá, Mario. Los ecos de los goles en el máxima catedral del fútbol, decían mis hermanos, se alcanzaban a escuchar desde la terraza del cuarto de Hospital.

No fui al estadio, ni al hospital. Mi papá, afortunadamente, salió con bien de la operación. Persuadido por mis hermanos (por el beneficio económico de los regalos) y convencido por familiares (en cuanto al deber moral y la tranquilidad que le daría a mi papá, durante su recuperación, saber que yo cumpliría con la ceremonia de la entrada a las responsabilidades de la edad adulta, según la tradición judía), finalmente estudié y cumplí con la única responsabilidad entonces, mi Bar Mitzvah.
En las fotos del festejo posterior, aparezco cargando un balón en la mano (minutos antes había sostenido la Torah). Y con el dinero de los presentes, me compré una tele Sony de poquitas pulgadas, misma que 20 años después aún sirve – el conservarla es parte de los genes ashkenazis; - y en la que veré lo que pueda de este mundial. Donde rogaré a entidades paganas para que los mexicanos seamos el pueblo elegido.